En el corazón de Navarra, el Castillo de Gorraiz se alza como símbolo del mérito recompensado y la lealtad reconocida. Su historia comienza tras la Batalla de Noáin en 1521, cuando Don Lanzarot de Gorraiz, en un acto de valentía y fidelidad al emperador Carlos I, recibe una recompensa por sus servicios. Con esos 9.000 maravedís construye lo que con el tiempo se convertiría en una fortaleza del honor: un espacio nacido del mérito y elevado por el reconocimiento justo.

​

Este relato no es solo parte del pasado, sino que resuena profundamente con la esencia de la Honorífica Orden Internacional de Mérito (HOIM). Así como aquel caballero transformó su valor en piedra y legado, la HOIM transforma las trayectorias ejemplares en instituciones vivas, donde el mérito, la integridad y la excelencia se convierten en los pilares de una comunidad global.

La HOIM está formada por personas meritorias que han demostrado, a lo largo de su vida, un firme compromiso con los valores del esfuerzo, la ética, la responsabilidad y la contribución al bien común. Aquí, el mérito no se concede por posición, sino por acción; no por título, sino por ejemplo.

​

Ambos caminos comparten un principio esencial: la recompensa auténtica no se otorga por privilegio, sino por virtud. Tanto el castillo como la HOIM nacen de una acción que trasciende el individuo y se proyecta hacia la sociedad. El primero como un bastión visible; la segunda como una estructura viva y funcional, compuesta por personas que impulsan el reconocimiento al servicio del progreso humano.

​

Hoy, el Castillo de Gorraiz ha sido restaurado con mimo, respetando su alma histórica mientras se adapta a nuevos tiempos. Así también la HOIM rescata los valores de la nobleza de espíritu, del compromiso con la sociedad y de la construcción de un legado, pero lo hace desde una visión contemporánea, conectada con las necesidades del presente y proyectada hacia el futuro.

Ambos —el castillo y la organización— son fortalezas al servicio de un ideal. Uno de piedra, el otro de principios. Uno como lugar de encuentro, el otro como red global de reconocimiento. Pero ambos comparten algo más profundo: una raíz noble, una voluntad de permanencia, y una misión clara de honrar lo valioso y proteger lo justo.

Y así como el Castillo de Gorraiz, nacido de una batalla, se convirtió en símbolo de continuidad y respeto, la HOIM se levanta como una nueva arquitectura institucional del mérito, construida no con espadas ni muros, sino con valores, alianzas y compromiso humano.